VIAJERA

Sabía igualmente que las botas estaban tiradas sobre el suelo, pero albergaba en sí la impresión de que unas piernas traslúcidas surgían de éstas tomando forma humana… hasta que encendió la luz de su habitación y prosiguió con cautela.

Observó en efecto las gastadas botas, aun con algo de tierra en las suelas y con marcas de antiguo sonido de las llanuras.  Las armónicas sonaban con jolgorio  en su cabeza y pequeños prados de flores amarillas con pocos pétalos eran los únicos testigos de su caminar con aquellas botas. El polvo se levantaba al más mínimo roce. Se levantaban igualmente los problemas en aquellos días. Tras unas buenas pisadas sobre el caliente sendero, llegó finalmente al bar. Y alejando a los caballos con su onírica presencia miró hacia el cielo con el rostro oculto y decidió entrar en la bullosa morada.

Un cantinero nuevo se acercó a la barra y separó los labios con ansiedad  - como quien dice algo por primera vez – pero antes que pudiera emitir sonido alguno, otro cantinero más antiguo le tapó la boca en señal de desaprobación.

“ Para tales clientes, eso no se pregunta!“ dijo mientras observaba la alta señorita que permanecía de pié frente a la barra.  “Pareces ocupado” afirmó ella en tono burlesco, descubriendo el rostro bajo el sombrero, y acto seguido giró entre risas, dejando atónitos a los cantineros con su pronta partida, no sin antes escuchar un “Lindas botas, Eh!”

Y abrió los ojos.

El par de zapatos seguía allí en su habitación tiradas en una pose casi imposible. Elevó lentamente su cabeza y percibió en olor a mentol y eucalipto que le traía cada recuerdo.

“Nunca puedo resistirme a una de éstas” pensó mientras tomaba con júbilo un trago de cerveza fría, que había recién robado de su viaje en el tiempo.