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Etéreo

Publicado el , 14 de May de 2017

Como un enfermo terminal que analiza y contempla en silencio su agonía,
así me siento hoy al ver mi vida después de setenta años…

Me perdí en el sabor de las fresas silvestres, que evocan mi perenne infancia.
Me siento impotente al recordar los ojos de mi primer amor…
¡Esos ojos que aún ahora me dejarían sin aliento!

Todo viene a mi mente como fotografías de tiempos inefables…
aquellos instantes tan efímeros, tan capaces de sacarme una sonrisa y quizás hasta un par de lágrimas.

¡Inconmensurable memoria que me tortura a latigazos! al pensar que estos años me llenaron de amores imposibles y otros amores casi letales.

En la limerencia del ser que me robó la inspiración hoy me encuentro,
pues al ver su elocuencia me cautivó
y se entregó a mí como una acendrada criatura más blanca que la nieve.

Esta historia podría parecer una epifanía, que con su incandescencia quemó mis labios con el primer beso. Ese beso melifluo que aún arde en mi corazón a pesar de haberlo perdido apenas hace cinco años.

La resiliencia me ha drogado para aprisionarme y no sentir dolor alguno por esta partida que dejó un cementerio de recuerdos y absurdos días de comer spaguetti.

Con nostalgia conservo el pedazo de papel donde me escribiste una carta de despedida, mientras deambulo en este laberinto que me acerca a la aurora de tu aliento, para poder encontrarte una vez más y envolverte entre mis brazos inmarcesibles.

Hoy camino hacia la luz, contemplando tu retrato, porque con tus manos envejecidas me amaste más que a la vida misma y sacrificaste por mí tu inocencia.

Espero solemnemente que desde el otro lado del túnel estés tú: para continuar de tu mano con esta vida, que dejó de ser vida, desde el momento en que comencé a reflejarme en tus hirientes ojos azabaches.




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Sobre el autor

Yarilennys Bastos Meza



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