Equilibrio desgastado
6h40:
Las mandarinas pálidas
se detienen al filo del velador.
Se resisten a caer sobre los pedazos de vidrio
del jarrón que se precipita contra el mármol
en el primer estruendo que desorbita el planeta.
7h20:
La Tierra gime como mujer vencida,
luego, anuncia a gritos una desgracia mayor.
Nadie hace caso.
Los humanos carecen de sensibilidad,
no escuchan, no hablan, no entienden.
Ni la pesadez de los párpados les detiene.
Mueven sus dedos mecánicamente
sobre pantallas audaces e inteligentes…
7h40:
Las rosas expulsan espinas por todos lados:
los pájaros distraídos caen acuchillados,
las arañas recién nacidas son devoradas por sus padres,
la metamorfosis de las mariposas se trunca en la mitad del ciclo.
7h50:
Los creyentes para escapar de los tumbos
se refugian en la iglesia.
Apenas comienza la liturgia,
entre risas macabras, el sacerdote revela secretos de confesión.
El monaguillo aturdido se coloca la soga al cuello,
salta desde el púlpito, no soporta descubrir
que fue violado en niño por su padre.
7h55:
Un remezón final.
Las almas son mudas,
hipnotizadas por la misericordia de siempre:
egocéntrica, egoísta, jueza vil, falsa redentora.
Los cuerpos inertes apestan al instante.
7h57:
El infierno se llena:
toneladas de yeso ahogadas en humo de cirios,
troncos de madera astillada de tantos ruegos,
adobes rasguñados por los no creyentes, ajusticiados y enterrados vivos, y
los hilos de oro del altar mayor se vuelven llaves oxidadas.
7h58:
Nadie puede exigirme llevar la cuenta de los mundos destruidos.
Solo soy rastro fundido en la vereda de un nuevo escenario.
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