Sexo con un suicida.

Ya no hay más tiempo.
Me besas, me miras, luego mojas la cama,
sonries, se te dilata la mirada,
me señalas la ventana y luego me abrazas.
Me tienes cogida de los pies,
llevas un largo rato contando los dedos de mis pies.
Piensas si es mejor mojar la cama o escapar por la ventana.
Me miras, me atas con una sábana azul, luego yo me la quito y tu has desaparecido,
y todas las ventanas están cerradas, las puertas también,
y tus palabras, recuerdo que también estaban cerradas,
pérdidas en un cuarto sin salida, ese cuarto que olía a viejo y a llanto de bruja.
Ya no hay más tiempo, me dejas rosas en el piso y escarcha de hielo en el pecho.
Me has dejado las alas de un ave, sueltas, abandonadas, pero fueron tuyas.
Ya te marchaste, me dejaste con los dedos de los pies húmedos,
con las sábanas empapadas de gritos silenciosos y de rosas de madera,
con mi nombre, con una fotografía tuya.
Y así me dejaste experimentar lo que es tener sexo con un suicida.
Yo te recuerdo, pero también me advierto,
a no seguir los pasos de tu llanto, confusos  y moribundos.
Yo no quiero mojar la cama, me quiero besar los pies y los brazos,
para esperar la luna esta madrugada,
para empaparme de mirlos azules que aman las esperanzas.

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