Papel y lápiz en mano
Otro día más en blanco, sin movimiento, sin prisa, esperando tomar protagonismo de su propia vida, en medio de un sueño y con una sonrisa esperaba una hoja de papel el encuentro que por tanto tiempo había ansiado… Era una hoja cualquiera, joven y delgada como las otras, que quizá en medio de muchas pasaba desapercibida, como un papel en blanco, sin nada.
Muchas como ella ya habían partido, se les vio felices por el nuevo rumbo, algunas terminaron por ser portadoras de buenas noticias, viajando en un sobre por el mundo y cumpliendo un gran sueño que les permitiese volar, otras en manos de un artista fueron transformadas en figura de admiración, portadoras de formas de color que despertaba la envidia de quienes aún estaban en ese lugar.
Pero no todas estaban donde querían, a muchas les habían cortado las alas como al ave enjaula que más que canto increpa lamento, como el niño famélico que, aunque conserva el brillo de la esperanza en sus ojos espera el momento, en que la justa muerte lo rescate de vivir el infierno de un sol que calcina y hace más seco el desierto... Pobre de aquella que sin culpa fue sentenciada a la hoguera, por llevar consigo la quimera de una buena intención, como una mártir en el medioevo cuyo pecado más grande fue aventurarse a ser libre hallando para su alma el exilio en la inquisición.
Y ni hablar de aquella que luego de cargar consigo el lamento, fue rota en mil pedazos, le arrancaron de un tajo la vida para huir del tormento que en su ser llevaba, y que el sonido de su rotura se mezcló con algún suspiro ahogado, sus pedazos solo esparcidos quedaron junto con la foto alguien que el camino al olvido había tomado, suerte tuvo la que solo fue un error de aprendiz y no fue rasgada, solo quedó de lado y después de un rato fue ajada.
Solo se preguntaba aquella hoja de papel que sería de su futuro, como deben pensar los ciudadanos de un mundo duro, donde para nacer hay que pagar el monto de ser un folio a la altura, con una estrecha cintura, buen color y cara bonita o por lo menos con la gallardía de no permitir doblarse, de tener el coraje de no romperse a la primera, y de ignorar los oprobios que sobre sí escriba la pluma inquisidora.
Pero la hoja de nuestra historia de allí no se quería ir, pues aunque no debía nada, sus amigas la notaban extasiada cada vez que el joven lápiz pasaba por allí, sí lo aceptaba era una chica dulce y ante su presencia quería morir y fue una tarde de agosto cuando el poeta lleno de inspiración, la tomó con delicadeza y la puso en su escritorio mientras tarareaba una canción.
Era el momento perfecto para el encuentro amoroso, allí yacía tendida como una virgen doncella un poco nerviosa e inexperta, que empalidecía cada vez más y perdió la respiración cuando aquel poeta trajo el lápiz hacia su presencia donde ella lo recibía con los brazos abiertos… Si, una hoja tiene brazos, tiene rostro, incluso hay muchas malintencionadas con dos caras que de pronto te sonríen y una vez te muestran su esencia, sin máscaras, sin nada… Dejan la herida y el sinsabor de su infamia.
Se miraron fijamente, sin lugar a dudas ambos lo ansiaban, se besaron de manera apasionada, abandonados al pensamiento de aquel hombre que hacía propicia su cita, donde la que parecía yerta y un poco desabrida permitía al amor de su vida borrar con sus labios alguna arruga creada por la lenta acción del tiempo, la hoja se olvidó de quien era, pues a partir de ese momento ya no sería la misma por más que así lo quisiera, ya no había tiempo de arrepentirse, por más que doliera, pues si el campesino supiera donde está enterrada la enemiga que rompe sus huesos ni un paso allí diera.
El lápiz ya estaba acostumbrado, ya muchas hojas conocía y aunque esta era intrépida, alegre y un poco arriesgada; luego de escribir sobre su piel y conocer sus formas no le sería útil para más nada… ¡Y qué más da! Pensaba el viril instrumento de escritura pues mientras se paseaba por su cintura pensaba que en el Amazonas aún quedaban árboles para complacer a sus deseos de que llovieran más hojas que ante él se postraran seducidas por sus devaneos.
Y así fue, el lápiz se marchó, un poco gastado pero satisfecho, mientras nuestra amiga la hoja con el corazón desecho se abrazaba, comprendió que así es el destino para una soñadora, pero no todo estaba perdido pues de un bello poema era portadora, ya poseía la experiencia de seducir muchos ojos con el encanto de las letras que sobre su piel estaban tatuadas, de vez en cuando venía a su memoria aquel lápiz del cual había estado enamorada, pero un día comprendió bien su destino y tomando otro camino se vio extasiada por el aliento del poeta que leyendo sobre ella se agobiaba y que después de un suspiro sobre su pecho apoyaba.
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